Comentario
El encadenamiento de casualidades que precedieron al golpe contra Pearl Harbor colma la felicidad de los amantes de la historia detectivesca y las truculencias conspirativas. Enumeremos los más llamativos.
- La flota japonesa navega durante once días topando sólo con un mercante y unos pescadores japoneses.
- El japonés que volaba sistemáticamente con alguna chica sobre la rada de la base en plan turista, aparentando ligues y sin levantar sospechas.
- Los mismos telefonemas en clave salidos del consulado japonés de Honolulú.
- Los jefes de Pearl Harbor no hacen caso a las noticias de un transatlántico, llegado tres días antes del ataque con la información de haber captado raros mensajes en baja frecuencia como de barcos que quisieran ocultarse.
- La última chapucería procedente de Washington cuando, interceptado el último mensaje japonés, observaron que la declaración de guerra debe ser entregada por los embajadores a una hora que coincide con el amanecer en Pearl Harbor, y entonces la descoordinación entre los departamentos de Estado, Guerra y Marina alcanza su apoteosis, pues el telegrama de alerta a la base del Pacífico se envía por conducto comercial y llega a destino de manos de un ciclista, ¡japonés!, cuando el ataque es ya un hecho.
- Los submarinos enanos japoneses que no sólo no lograron nada, sino que estuvieron en un tris de arruinar la operación de conjunto al ser descubierto alguno de ellos.
- Un radar (experimental) divisa un enjambre de aviones que se aproximan, pero sus operadores reciben la orden de desentenderse; son aparatos propios a los que se esperaba, como también así era.
- Los aviones agrupados en tierra para mejor protegerse de sabotajes (vivían en las Hawai 160.000 japoneses) lo que facilitó su destrucción.
- La no protección de los grandes buques por redes antitorpederas, como tampoco lo estaba la entrada de la base.
- De los 70 buques de guerra y 24 auxiliares presentes, sólo un destructor tenía las calderas a presión en condiciones de navegar.
- Los tres portaaviones americanos que habían salido contados días antes para transportar aviones y uno para reparaciones.
- La no destrucción de los enormes y rebosantes depósitos de petróleo de la isla, como tampoco de los talleres de reparación, a la larga objetivos tan importantes como los propios buques...
En definitiva, un cúmulo de circunstancias que hacen del sonado caso más un sino de ofuscaciones que una comedia de trágicos enredos.
Corramos, corramos un tupido velo. Pero no sin antes erigir un ¿antimonumento? bifronte: una cara dedicada al técnicamente magistral golpe japonés, fruto de una dinámica insensata de la política exterior, y la otra a la política americana que lo hizo posible gracias a la mezcla inestable de angelismo, de urnas, estulticia de bienpensantes y maquiavelismo de refrenados. Si no fuera por esos detalles, los únicos monumentos de la historia serían para la infraestructura.